martes, 13 de marzo de 2012

Encuentro en El Cairo

Me encontraba en El cairo a finales de siglo.
Esperaba tomar un barco que me llevase de vuelta a mi país y decidí sentarme en
un café cercano al puerto, mas que nada
para librarme un poco del infernal calor que por esos días hacía en la ciudad. Estaba
yo dando vueltas en mis pensamientos y
recuerdos, sobretodo recuerdos que me llevaba de esta tierra mágica y trágica
que es Egipto cuando un hombre hablándome me sacó de mis divagaciones.
Señalando el lugar y haciéndome notar que no había un solo sitio para sentarse
solicitó amablemente poder ocupar la silla que frente a mi estaba. Haciéndole
un gesto con la cabeza le di a entender que por mi estaba bien que ocupará
aquella silla. El extraño tomo asiento entonces. Me llamó la atención un
tatuaje que aquel personaje tenía en su frente. Estaba dibujado en tinta roja y
parecía un espiral pero al observarlo detenidamente el espiral giraba
lentamente y por un instante creí estar cayendo en algún infierno. Este efecto
se lo atribuí al calor. El tatuaje parecía alguna marca, mas haciendo honor a
mi prudencia no quise preguntarle para no incomodarlo. Me disponía a seguir con
lo mío, cuando el hombre comenzó a hablarme en mi idioma lo hacia casi a la
perfección y aunque tenía un muy leve acento extranjero no pude atinar a
adivinar de donde procedía. Su charla comenzó bastante trivial y agradable y al
cabo de algunos minutos estábamos los dos discutiendo sobre diversos temas.
Tres o cuatro tragos de Ajenjo más tarde, trago maldito y prohibido que me era
servido por conocer al propietario del lugar de años atrás, acerté preguntarle
al hombre el origen de su singular marca, él distraídamente la tocó con la yema
de sus dedos y mirando al infinito por unos segundos cambió bruscamente de
tema. No quise indagar más sobre el tatuaje en cuestión y le seguí la
conversación. Cuando ya la tarde caía en la ciudad y los vendedores comenzaban
a cerrar sus tiendas el extraño se levantó no sin antes dejarme unas monedas
para pagar su parte de la cuenta, las cuales obviamente rechacé. El sonrió y
volvió a tomar las monedas dándome las gracias y cuando ya se alejaba se detuvo
y volteándose pensativo se acercó nuevamente a mi mesa y diciéndome más que
para saciar mi curiosidad a modo de confesión.

-Esta marca la
gané hace ya muchos años de eso.

Supuse que se
trataba de alguna marca ritual de su lugar de origen y solo asentí como
queriendo dar por zanjado el asunto, pero él hombre continuó.

-Esta marca es
mi sentencia y mi castigo. La gané ya hace muchos años, más de los que
cualquier roca de esta milenaria ciudad siquiera existiera. La gané por matar a
mi hermano con la quijada de un burro.

Y sin decir
una palabra más se alejó para siempre para seguir errando por el mundo su
castigo.